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jueves, 19 de mayo de 2016

Más allá de la poesía


“Preciso de un disfraz, desearía no sentirme inseguro sino como un arlequín, que sabe lo bello que es”.

Cada atardecer cargado con su pequeña tarima llega al parque. Mientras acaba de embadurnar su cara de blanco el lejano violín de un músico callejero alimenta su melancolía. Se abrocha la raída chaqueta, anuda sus zapatones rojos y colocándose el aplastado bombín, se encarama al escenario.

La danza de colores habida en el cielo baña el lugar, cincelando de una luz perlada al solitario Memo. Impávido. Inmóvil. Diríase que ha dejado de vivir, que sonríe y gesticula mecánicamente cuando alguien deposita una moneda a sus pies. Y sin embargo, el mimo, nunca se siente tan vivo como cuando observa la existencia de los demás desde su altar; la jovial algarabía de los chiquillos correteando, el albor de un tierno romance, los apasionados besos de amantes fugaces. Memo se pierde en la ternura contemplando a una joven que con un pecho al descubierto amamanta a su bebé, y se ahoga en el volcán de la fantasía al mirar a Celia.

Celia, una bonita muchacha morena de no más de veinte años que vende cupones, desde su silla de ruedas, en la entrada del parque.

Un día Memo se acercó hasta ella. Echando mano de sus escasas monedas le compró un cupón.

-¿Quieres que acabe en algún número en especial?

 Un gorrión gorjeó. El mimo parpadeó cómicamente y moviendo su cabeza de lado a lado, le ofreció una rosa. La chiquilla haciendo ademán de coger la flor estiró su brazo. Memo tomó la pálida mano y se la llevó a sus labios rozando su anverso. Celia con una sonrisa turbada retiró la mano. Sus miradas se cruzaron por un instante eterno donde el amor, si tiene brazos, les estrechó volcando fuego en sus entrañas. El mimo antes de alejarse dejó la rosa sobre su falda.

Desde aquella tarde, que en su memoria siempre será ayer, Memo es feliz sólo viéndola, sabiendo que esta allí, adivinando que: “el alma que hablar puede con los ojos también puede besar con la mirada ”. Y Celia..., a la mujer le estalla su ser en pálpitos de ilusión al verle llegar; cuando al pasar junto a ella le regala una rosa, un  pétalo de atardecer.

Él, con su pereza y miedo a vivir sin disfraz, ella, con la eterna pereza en sus miembros, galopan fundidos en un sólo corazón hacia la eternidad..., buscando el ocaso de la luna... Más allá de la poesía.  

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