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viernes, 3 de junio de 2016

Apatrullando las ovejas


-¡Damián, no la provoques que se tira! ¡no la sueltes que se tira!
Damián escuchaba las voces de Anselmo provenientes del coche patrulla y temblaba ante aquella altura. Llevaba razón se iba a tirar. Por más que intentara convencerla de las cosas buenas que tiene la vida…

-Damiáaaaan, que quites la cabra del risco, coño, que se va a caer y cuesta un pastón!
No le podía dejar solo. Ni siesta ni leches, ni turnos ni ná.
 
Anselmo y Damián se habían convertido en ganaderos hacía tres meses. Conducían su propio ganado y sonaba más urbanita que decir que eran pastores. Vivir algo diferente y barato, romper con todo… eso querían desde hace años y ahora que por fin estaban jubilados se habían liado la manta a la cabeza y tirado al monte. Y nunca mejor dicho. Dos burros, cuatro cabras y veinte ovejas. Por algo se empieza ¿no?
Habían sido policías durante cuarenta años, y ahora disfrutaban apatrullando las ovejas…
 -¿Qué has dicho?
-Yo soy la narradora, sigue sesteando.

 Aquello era fácil, tumbados a la bartola casi todo el día. Con fresco dentro del coche patrulla. El coche patrulla había sido el regalo por la jubilación; o lo desguazaban, o se lo regalaban a ellos dos. Llevaban juntos demasiados años para no quererlo.
Y allí estaban los tres, sin mujeres sin hijos.  Con dos burros, cuatro cabras y veinte ovejas. Trabajando en el campo, por el campo y para el campo.
 Paraban a tomar el vermú y poco más. El ganado se quedaba pastando, todo era de fiar, tenían a todos controlados y fichados. Salvo al chino. Pero le tenían enfrente ya que era el propietario del único bar, panadería y bazar del pueblo.

 Por eso les desconcertó que los burros no estuvieran en el diminuto prado cuando fueron a reunirse con el ganado.
-¿Los han secuestrao?
-Secuestrado y metido en zulos, mameluco ¡Qué los han robado, atontao.
-¿Cómo me has llamaó…?
-Atontao
-No, lo primero…

Aquella noche durmieron mal, la cosa no estaba tan controlada como ellos creían. No había pistas, ni sospechosos, ni burros. Al día siguiente el vermú fue mucho más rápido de lo normal cuando por la ventana…

-¿Qué es eso?- gritó Anselmo.
-Una pata de jamón selano. Cholizo también tengo.
-Y a mis burros ¡ladrones!
-No, señol, los bulos vienen ayel todo lecto polque se habían peldido.

 
Y cuenta la leyenda que nuestros dos policías jubilados destaparon una de las mayores mafias chinas del país. Traficaban con carne de burro ocultos desde el monte. Carne requerida para fines médicos y alimenticios y…

.Que te calles, Jeremías!!
-¿Y ahora cómo me has llamaó…?

El tiempo pasará


...me ahogo en sus ojos..........
...volver a nacer para luego morir.....

¿Pero qué coño estoy haciendo? Joder, la puta Navidad encima, los regalos sin comprar, tres clientes en la sala de espera, las horas que son y yo escribiendo versitos como un patético colegial. ¡Es increíble! la conozco de toda la vida y hasta hace dos años no me he dado cuenta de que existía.


¡Qué mala suerte ha tenido en la vida!. Noooooo, no intentes salir que te conozco, es ella la que ha tenido mala suerte, yo soy feliz con mi mujer y mis hijos, tengo un buen trabajo, un buen piso en la ciudad, una casa en la sierra; mi matrimonio todavía está vivo... ¿Por qué no puedo dejar de pensar en ella?

Sus ojos me marean, me hablan a gritos, me arrastran, me hipnotizan... ¡Mierda!

-Susana, pídeme un taxi, y diga a los clientes que me he tenido que marchar por una urgencia y que vengan el día veintiséis.

Cuelgo el interfono y me pongo con prisa el abrigo. Agarro el maletín, he de salir echando hostias de este intrincado laberinto mental. Si la única forma de despistar y dar esquinazo al recuerdo es follar con mi mujer, juro que lo haré hasta partirla por la mitad.

Noto una pequeña erección mientras el interfono vuelve a sonar, Susana me dice que mi mujer fue a un salón de belleza pero me dejó la comida en el frigorífico... ¡Me cago en...!

Salgo del banco sonriendo como un payaso...

 -Buenos días. Feliz Navidad... lo siento hoy no podrá ser...

El taxi espera. Abro la puerta buscando la huida. Intento relajarme apoyando la espalda en el asiento. Respiro hondo. El cansancio y el ruido de un tráfico infernal se cuelgan de mis ojos. Me pesan los párpados y el taxista ha de recorrer medio Madrid; y la veo allí sentada junto a la chimenea.
Estaba sola, pero entré con el más absurdo pretexto. Me saludó con esa tenue timidez que me vuelve loco. Estaba viendo Casablanca
y al notar como disimulaba una lágrima, me emocioné tanto que me senté yo también junto a la chimenea.

¡Hacía mucho tiempo que no me encontraba con la vida en una habitación!  Ella soñaba con la tristeza de un Rick eterno, y yo con el fuego que reflejaban sus ojos. Me di cuenta de que mi rodilla rozaba la suya y me aparté un poco. Entre nosotros no había deseo, al menos no físico… ¿o sí…? Ambos estábamos casados. Sabía que ella había descubierto mi secreto, pero nuestro silencio era como el más lento vals jamás imaginado, donde las palabras callaban y los sentimientos gritaban, donde volvías a nacer por una sonrisa y morías por cada lágrima derramada. Me levanté con brusquedad antes de abrazarla. Miré con los labios fruncidos hacia la televisión. La película acababa y entre toda niebla vislumbre la dulce agonía de un amor imposible... Y la habitación se llenó de gente.


El taxista grita que ya hemos llegado, he debido quedarme dormido. El álgido clima de la calle me espabila. Tanteo en el bolsillo del abrigo buscando las llaves, cambio de opinión y me dirijo como un autómata hacia el vídeo club. Mi petición extraña al chico que hay detrás del mostrador, pero su madre me oye y dice que la tiene en su colección privada. Le pregunto que cuánto pide por ella y me mira con mala cara, le digo que necesito escuchar 'El tiempo pasará' hasta que pase de verdad y me mira sonriendo mientras se aleja en busca de la película.

-Y decían que no quedan románticos -la oigo decir.

viernes, 27 de mayo de 2016

La profesora de piano


Volaba tan alto, tan lejos... flotaba cada vez que sus dedos rozaban las teclas. Su alma vibraba dejándose arrastrar a un mundo mágico. Nadie creía que pudieran llegar a compenetrarse de aquella manera, a fundirse en un solo corazón porque él, sin duda lo tenía.

Si estaba triste, su música lo decía; si por el contrario veía el sol, su música resplandecía. Aquella perfecta unión sólo la podían compartir con almas blancas, y la querían compartir.
Cuando empezó a enseñar, más de uno se llevo las manos a la cabeza. Cuando veían como sus hijos avanzaban en clase de música, alababan en silencio...
Sus manos..., las manos de Clarisa, a través de sus manos les sentía y guiaba a todos. Disfrutaba tanto o más cuando sus alumnos más aventajados tocaban pequeñas piezas compuestas por ellos mismos.

Y... su preferido, el pequeño Nando, a cuyos padres les había parecido absurda la idea del terapeuta de que empezara a conocer la música, ahora veía un rayo de luz al comprobar que la profesora de piano era sorda desde niña.

(Beethoven se quedó sordo a los cuarenta y cinco años, después compuso la novena sinfonía sin oír nada... )

jueves, 19 de mayo de 2016

Más allá de la poesía


“Preciso de un disfraz, desearía no sentirme inseguro sino como un arlequín, que sabe lo bello que es”.

Cada atardecer cargado con su pequeña tarima llega al parque. Mientras acaba de embadurnar su cara de blanco el lejano violín de un músico callejero alimenta su melancolía. Se abrocha la raída chaqueta, anuda sus zapatones rojos y colocándose el aplastado bombín, se encarama al escenario.

La danza de colores habida en el cielo baña el lugar, cincelando de una luz perlada al solitario Memo. Impávido. Inmóvil. Diríase que ha dejado de vivir, que sonríe y gesticula mecánicamente cuando alguien deposita una moneda a sus pies. Y sin embargo, el mimo, nunca se siente tan vivo como cuando observa la existencia de los demás desde su altar; la jovial algarabía de los chiquillos correteando, el albor de un tierno romance, los apasionados besos de amantes fugaces. Memo se pierde en la ternura contemplando a una joven que con un pecho al descubierto amamanta a su bebé, y se ahoga en el volcán de la fantasía al mirar a Celia.

Celia, una bonita muchacha morena de no más de veinte años que vende cupones, desde su silla de ruedas, en la entrada del parque.

Un día Memo se acercó hasta ella. Echando mano de sus escasas monedas le compró un cupón.

-¿Quieres que acabe en algún número en especial?

 Un gorrión gorjeó. El mimo parpadeó cómicamente y moviendo su cabeza de lado a lado, le ofreció una rosa. La chiquilla haciendo ademán de coger la flor estiró su brazo. Memo tomó la pálida mano y se la llevó a sus labios rozando su anverso. Celia con una sonrisa turbada retiró la mano. Sus miradas se cruzaron por un instante eterno donde el amor, si tiene brazos, les estrechó volcando fuego en sus entrañas. El mimo antes de alejarse dejó la rosa sobre su falda.

Desde aquella tarde, que en su memoria siempre será ayer, Memo es feliz sólo viéndola, sabiendo que esta allí, adivinando que: “el alma que hablar puede con los ojos también puede besar con la mirada ”. Y Celia..., a la mujer le estalla su ser en pálpitos de ilusión al verle llegar; cuando al pasar junto a ella le regala una rosa, un  pétalo de atardecer.

Él, con su pereza y miedo a vivir sin disfraz, ella, con la eterna pereza en sus miembros, galopan fundidos en un sólo corazón hacia la eternidad..., buscando el ocaso de la luna... Más allá de la poesía.  

Bebo


“Cogerías una estrella.,." decías mientras, tumbados en la hierba, contemplábamos aquel cielo de finales de verano. Sentía tus dedos acariciando los míos. Te sentía a ti, a mi lado, aunque no dejaras de vagar entre tus sueños color de rosa. Me arrullabas con tu voz... "...Tendré el mundo en mis manos, Bebo, la vida es un milagro continuo, una sorpresa perpetua. Siempre puede haber fuegos artificiales, sólo hay que buscarlos. Sueña, Bebo, sueña en colores y abre los brazos...".

Vivíamos instantes eternos mesados de una extraña felicidad, como cuando me dejabas acariciar tus incipientes senos y la bragueta de mi pantalón se abultaba sin permiso. Te reías, mi niña, te reías porque tú también sentías algo y no sabías qué.
Te fui necesitando tanto... todavía me haces falta. Pero... ¿qué pasó... qué te pasó? ¿Cuándo perdiste tus sueños... cuándo tu inocencia? ¿Te equivocaste de estrella, amiga mía?

Crecimos juntos y me entregaste tu cuerpo, yo pensé que también tu alma... ¿Cómo pudiste...? Tardé demasiado en descubrir tu doble juego. Conmigo no eras así. ¿Sabes? yo creía en ti, en tu olor a ropa recién planchada, en el brillo de tus ojos, en tus palabras, en tus quimeras, en las promesas calladas de tu boca. Creía que eras mía... y tú... tú sólo eras... ¿cómo pudiste...? ¿Te acuerdas de aquella tarde en el gimnasio de la facultad? En los vestuarios vi a Jaime, estaba eufórico, había quedado con la tía más salida del instituto y ya saboreaba un polvo de órdago... y luego te vi a ti y me fue imposible asociar... ¡ja!... y él se alejó malhumorado por algo que no comprendí y tú y yo nos amamos entre sudores disfrazados, o solamente follamos entre fantasías de amor.

“Sueña Bebo, sueña...”’

Me volvías loco, princesa. Pero tuve que verte abierta de piernas con uno y luego con otro, con cualquiera, pedazo de puta, para creer a todos, para ver a la hembra en celo desbocado que hay en ti, para darme cuenta de lo que eras... y vomité chica, sí, vomité de asco... de asco, de rabia, de... ¡Joder!. Yo te quería... te quería ¿lo entiendes? Pasaron tantos años hasta que te volví a ver que apenas te reconocí. Estabas deslumbrante, y tan deseable que temí que mi pantalón se abultara como cuando era un crío. Nunca me habían gustado las tetas de silicona (y las tuyas lo eran, las conocía bien), ni entendía tu superficialidad para ponértelas, y aún así tus... tu escote amenazó con amotinar mi bragueta. Pero fue la luz que desprendían tus ojos la que me cegó para siempre... como siempre. Quise retenerte un momento... mas todos te solicitaban... y alguien susurró que eras una prostituta de lujo.
Y entendí que me moriría si no podía estar cerca de ti, y nada me importó que fueras una puta..., si te podía tener un rato todo me daba igual; porque durante el tiempo  que estuvimos separados viví en la más completa oscuridad, porque me fue imposible olvidarte, porque... te necesito, amiga mía.
Y ahora contigo... cerca de ti, aunque tenga que pagar para tenerte, aunque ya no me quede para hipotecar ni el aire que respiro, aunque me entierren vivo cada vez que te sé con otro presa del deseo, aunque sólo me ofrezcas limosnas de amor pintadas de lujuria, aunque tu estrella cayera de culo en mi jardín..., ahora, amiga mía, la vida vuelve a tener sentido.

"Sueña Bebo, sueña..."