Aquella noche llevaba un vestido negro
especialmente sexy. El pelo recogido en una simple pero fresca coleta, un
ligero maquillaje y los labios enrojecidos de carmín. El aire acondicionado lo
acababan de apagar y ya necesitaba otra ducha.
¡Hacía mucho calor!
En el estéreo sonaban boleros de ensueño que
bailaban muy pegados al visillo blanco de la ventana entreabierta.
Habíamos bebido demasiado.
Mi tercer cubata estaba sobre la mesa casi vacío, y
Álvaro se acababa de morder con disimulo el labio inferior...
¡Mirándome!
“Joder, joder, joder ¡qué calor! Y yo con éste
vaporoso vestido de tirantes”
-¿Quieres más hielo? –me peguntó Laura, la mujer de
Álvaro.
-Sí, por favor.
Mientras ella fue a la cocina yo recordé a dos
parejas que siempre iban juntas, comentarios de intercambios y esas cosas...
“Joder, creo que he de decirle a mi marido que nos
vayamos”
Laura vertió lentamente los hielos en mi vaso, a
cámara lenta. Bebí los hielos de un trago sin esperar la bebida.
“¡Otra vez! Joder joder joder ¡y qué leches estoy
haciendo abanicándome con el vestido!
Qué calor, ¡que alguien quite la música! Yo me
largo”.
Me agaché y por debajo de la mesa le indique a mi
marido que también se agachara.
Como pude le pedí que nos fuéramos que a mí ese
rollo no me iba.
Se incorporó sin hacerme mucho caso... sin lugar a
dudas él se lo estaba pasando bien. Me volvió a mirar al verme todavía agachada
señalando a Álvaro con el dedo índice mientras me mordía a lo bestia el labio
inferior.
Mi marido de nuevo se agachó y susurró:
-Lleva media hora diciéndote que lleva dos reyes.
-Ya... lo que yo te decía, Armando. Por favor
vámonos, mira que éste hombre me está engañando, dice que lleva reyes cuando yo
le he visto tres sotas… o... ¿Por qué no jugamos al cinquillo?
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