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miércoles, 22 de julio de 2015

Buscadores de sensaciones


Viola miraba intranquila a través del retrovisor el humo cada vez más negro que salía por el tubo de escape de su pequeño utilitario. “¡Venga campeón! no me dejes tirada en medio de este vacío polígono industrial”. Pero cinco minutos después, el motor se paró. Cuando algo va mal, todo va mal. La batería del móvil se había agotado, su túnica y sandalias no eran lo más adecuado para caminar hasta su casa en aquella noche helada el casi kilómetro que faltaba, y aunque se apretaba y envolvía en su cálido abrigo empezaba a tiritar.
Largas horas interpretando a la Virgen María en el belén viviente del Ayuntamiento, le habían hecho sentir un simulacro de día feliz; descartando las sonrisas hipócritas de los buenos samaritanos, la estúpida sociedad que durante esos días disfraza su tez con una postiza sonrisa; centrándose sólo en la sinceridad y pureza de los corazones infantiles. Por poco entra en la temida Navidad a golpe de ternura convertida en una niña virgen, y sin embargo, ahora todo se había vuelto del revés.
 “¡Maldito coche!!!... allí hay un letrero, parece un bar...”.

Nano, como cada noche cuando se iba el último cliente de su garito, vivía su cita, su noche, su entrega particular con el duende de la música; su musa para vivir, el único alimento de un buscador de sensaciones : el Jazz.

Acariciaba su trompeta en la oscuridad de un angosto escenario improvisado, exhalando quebradas notas de pasión, ahogando sueños imposibles, creando voluptuosidades en los silencios del alma. El piano y el saxo en su eterno diálogo con la trompeta de Nano, allá en algún lugar del tiempo, no dejaban de gemir.

Si la magia se puede tocar, eso es lo que sintió Viola cuando abriendo la puerta del local quedó extasiada contemplando la escena. Torpemente, sabiéndose interruptora de la fotografía más intima, pregunto si podía usar el teléfono. Nano asintió y señalándole donde estaba volvió a la intimidad de su música. Viola, hechizada e hipnotizada por sugerentes notas que derramaban caricias, se olvido del teléfono en el mismo instante en el que el tono de llamada intento alejarla de la sinfonía desgarradora de la trompeta. Girándose hacia el escenario, y embelesada por algo que apenas veía se sentó en un taburete alto al lado de la barra, encendió un cigarrillo y cruzando sus largas piernas observó en silencio a Nano con su trompeta.

Cuando los ojos de Viola y Nano se cruzaron no pudieron despegarse. Todo se detuvo. El tiempo, el aire, la luna, el sol. Como dos ciegos hambrientos de sueños, a tientas, caminaron uno por la vida del otro durante años, minutos o segundos. Viola bajó sus ojos, los cerró y apretó, la intensa ola de sensaciones que recorría su ser la turbaba...

Una trompeta volvió a sonar y acompañó el misterio de aquella noche. El misterio o embrujo del Jazz, eterna lágrima de luz.

miércoles, 8 de julio de 2015

¡Hacía mucho calor!


Aquella noche llevaba un vestido negro especialmente sexy. El pelo recogido en una simple pero fresca coleta, un ligero maquillaje y los labios enrojecidos de carmín. El aire acondicionado lo acababan de apagar y ya necesitaba otra ducha.
¡Hacía mucho calor!
En el estéreo sonaban boleros de ensueño que bailaban muy pegados al visillo blanco de la ventana entreabierta.
Habíamos bebido demasiado.
Mi tercer cubata estaba sobre la mesa casi vacío, y Álvaro se acababa de morder con disimulo el labio inferior...
¡Mirándome! 

“Joder, joder, joder ¡qué calor! Y yo con éste vaporoso vestido de tirantes”

-¿Quieres más hielo? –me peguntó Laura, la mujer de Álvaro.

-Sí, por favor.

Mientras ella fue a la cocina yo recordé a dos parejas que siempre iban juntas, comentarios de intercambios y esas cosas...

“Joder, creo que he de decirle a mi marido que nos vayamos” 

Laura vertió lentamente los hielos en mi vaso, a cámara lenta. Bebí los hielos de un trago sin esperar la bebida.

“¡Otra vez! Joder joder joder ¡y qué leches estoy haciendo abanicándome con el vestido! 
Qué calor, ¡que alguien quite la música! Yo me largo”.

Me agaché y por debajo de la mesa le indique a mi marido que también se agachara.
Como pude le pedí que nos fuéramos que a mí ese rollo no me iba.

Se incorporó sin hacerme mucho caso... sin lugar a dudas él se lo estaba pasando bien. Me volvió a mirar al verme todavía agachada señalando a Álvaro con el dedo índice mientras me mordía a lo bestia el labio inferior.

Mi marido de nuevo se agachó y susurró:
-Lleva media hora diciéndote que lleva dos reyes.

-Ya... lo que yo te decía, Armando. Por favor vámonos, mira que éste hombre me está engañando, dice que lleva reyes cuando yo le he visto tres sotas… o... ¿Por qué  no jugamos al cinquillo?