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viernes, 26 de junio de 2015

Desde las estrellas


Osa mayor. Año 3004.

-Mami ¿por qué lloras?-, -No, cariño, no lloro sólo me brillan los ojos. ¡Mira lo que he encontrado!-, -¿Qué es eso, mami?- , -Ven, siéntate junto a mí, quiero enseñarte estas viejas cartas de tu padre-, -¿De mi papá? -, - Sí, mi amor, de tu papá. Escucha, ésta fue la última -.

Mi amada Atenea; nunca creí que pudiera encontrar mi alma gemela fuera de Centauro. La primera vez que te vi creí que eras alguien corriente. Te fui conociendo y la belleza de tu alma me desbordó. Sé que lo que hago es pecado, va contra las leyes pero yo te siento. Hace tiempo que me negué a seguir vacunándome, por eso contigo, supe lo que es la ternura, la emoción, la pasión... el amor. Mi dulce Atenea, quiero darte un hijo; me estoy muriendo, siento demasiado. Pero esta muerte que se aproxima no me inspira ningún terror, al contrario, la anhelo como anhelo tu presencia a mi lado. Mi esperma ha sido congelado, pronto llegará a vuestra nave, estoy muy cansado, necesito dormir. Te siento muy dentro.

Desde la eternidad, el amor que espera mover siempre tu alma, Risko 24.

Risko 25 bostezó por tercera vez. –Mami, no entiendo nada -. Atenea abrazaba a su pequeño. -No tienes nada que entender, sólo que tú papá desde algún lugar de las estrellas siempre velará por ti...  y por mí-. La acompasada respiración del niño le indicó que se había quedado dormido. En aquel momento Atenea sintió la urgente necesidad de contestar aquella carta.

Mi indeleble Risko; han pasado siete años. Te he sentido cada minuto de este tiempo y aunque soy consciente de que estoy pecando, me oculto de todo y todos para no sentirme culpable. Las leyes dicen que sentir trae demasiadas desgracias, que hubo un tiempo en que esos sentires sólo conducían a miserias, y después guerras, odios, vanidades, egoísmos... Pero se olvidaron de que esos sentimientos negativos engrandecen las cosas buenas. La gente tiene miedo a sufrir. Yo también dejé de vacunarme, siento cosas que los demás no pueden; y aunque siento demasiado sé que no me voy a morir, sólo dejé que se me agrandara el corazón. Tu esperma fecundó. Nuestro hijo tiene cinco años. Te siento muy dentro y eso me hace feliz.

Desde las estrellas, el alma que siempre necesitara de tu recuerdo para seguir, Atenea 17.

viernes, 19 de junio de 2015

¡Música maestro!


Hasta que encontró aquella pasajera solución, creyó volverse loco. Dentro de unos años... ya vería. 

Cada noche cuando salía del teatro y llegaba a casa, ponía la manita de Yesco sobre el casset con la grabación del concierto que había dirigido esa noche. El pequeño estaba completamente dormido y así continuaba. Por el día visualizaba vídeos de sus actuaciones mientras Yesco jugaba con su mecano junto a él. Un enorme perro les miraba perezosamente desde la butaca más cómoda de toda la sala.

Hubo un tiempo en el que componía, pero dejó de hacerlo cuando le anunciaron la sordera de su hijo. Era un bebé de seis meses entonces. Sordera profunda, diagnosticaron. -¿Y la música? -pudo pensar al fin- ¿mi hijo nunca sabrá lo que es la música?

Yesco tenía cinco años y era inmensamente feliz, como cualquier niño rodeado de amor y ternura. Le gustaba jugar imitando a papá moviendo sus pequeños bracitos. Emitía débiles sonidos al reír que eran vitamina celestial para su familia. El pequeño no se separaba nunca de Guau, un perro amaestrado que le anunciaba los peligros que él no podía oír. Llevaban juntos dos años, se entendían a la perfección. Con U, cómo había aprendido a llamarle Yesco, le dejaban alejarse de los ojos de los mayores sin miedo a que le pasara nada. Pero esas escapadas sólo eran permitidas en la finca de los abuelos.

Por ello aquella mañana el chiquillo no dejaba de sonreír, mientras que con su naricilla apoyada en el cristal del coche de mamá, observaba a dos gigantes algodones blancos perseguirse por un cielo eternamente azul. U, recostado a su lado, apoyando la gran cabeza en sus piernecitas, olisqueaba con los ojos cerrados el aroma de la temprana primavera que se colaba por una ventana. Mamá sonreía a través del retrovisor mirando la felicidad, porque su hijo era eso si la felicidad existía. Las cuatro estaciones de Vivaldi envolvían un turismo rojo que engalanaba una solitaria carretera comarcal.

El abrazo a los abuelos fue fuerte y corto, no podía ser de otra forma estando la pequeña bicicleta en el garaje.

Yesco pedaleaba a golpe de ilusión por el sendero. U, a cappella, ladraba al aire corriendo a su lado. Los altos chopos se inclinaban a saludarle; vistosas mariposas danzaban ante sus ojos abandonando por un momento las flores de los almendros; el viento mesaba sus alborotados y suaves cabellos mientras la vida acariciaba su cara. De pronto, Yesco, se paró. U dejó de ladrar. El niño miró a su alrededor, al cielo. Las puntas de los altísimos chopos tenían ya hojas, jóvenes y tiernas hojas verdes. El suave viento las movía a la vez, de un lado hacía otro, hacia delante, hacia atrás, no paraban... Yesco no dejaba de mirarlas. Se movían todas a la vez... de un lado a otro, de un lado a otro... El niño se bajó de la bici e irguió su cuerpecito, echó la cabeza hacia atrás y emitiendo un leve ruido, comenzó a mover los brazos con su mirada clavada en las hojas que hacían cosquillas al cielo.

U, rompió el silencio, rompió el silencio con dos ladridos; dos ladridos, dos palabras: ¡Música Maestro!

viernes, 12 de junio de 2015

Una luz, su luz.


No sé si la historia de ésta mujer interesa, ni siquiera si alguien la leerá, solo sé que necesito contarla, necesito hablarte de Bimba.
 
"Sus abuelos habían trabajado como esclavos en las plantaciones de algodón de Carolina del sur. Cuando al fin se abolió la esclavitud habrían de pasar muchos años antes de poder regresar a su poblado, una pequeña aldea cercana a Kribi en Camerún.
Crisa, su madre, nacida siendo esclava pudo vivir su vida, aunque llena de miserias, en libertad. Se casó con alguien que habían elegido para ella, pero el destino los separó pronto dejándola sola y en cinta.   
Bimba nació un lluvioso día de Mayo. Su madre y una misionera española se encargaron de que la pequeña creciera feliz. Los primeros años de su infancia quedaron muy ligados a los cantos de trabajo que aún recordaba mamá Crisa, y a los sueños y recuerdos que le inculcaba la misionera que, sin darse cuenta nadie, en la cabecita de la niña abrían una puerta de futuro.
En el poblado tenían una pequeña escuela que hacía sus veces de hospital. La misionera enseñó a leer y escribir a la media docena de niños que aún no podían trabajar. Bimba acudía a la escuela, cantaba con todos las canciones que le enseñaba su madre convirtiéndose en la bocanada de aire fresco de la pequeña aldea. Pero de nuevo el destino movió ficha, estalló una de esas absurdas y crueles guerras arrasando el poblado. Crisa murió y Bimba junto con otra niña de la aldea fueron metidas en un barco con rumbo desconocido.
 
Pasaron muchos días encerradas en un angosto y maloliente camarote, a oscuras, salvo la frágil claridad que se filtraba por una rendija. Llegadas a su destino, ambas niñas fueron separadas. A Bimba la llevaron a una hermosa y enorme casa. Allí, dejó lavarse y desparasitar su pelo.
Los vestidos que le dieron para ponerse eran... nunca había visto nada igual, podían ser bonitos y olían bien, pero la conversación de esas mujeres a las que sólo les veía los ojos y como la habían tocado después entre sus piernas, habían bloqueado su mente imposibilitándola para percibir nada que no fuera miedo.
Tardaría muchos años en descubrir que aquello a lo que la obligaban también se hacía por amor; que no eran necesarias las palizas, ni que todos los embarazos eran indeseables, ni que todas las mañanas había que tomar una infusión de hierbas para evitarlos, ni que...
Cuando contaba 22 años logró huir del prostíbulo. 
Después de esconderse durante días, encontró un pequeño antro del cual provenía música; canciones similares a las que cantaba su madre. Hubiera sido imposible no entrar, resistirse a la llamada del corazón.

Empezó fregando retretes. Luego se enteró de que aquella música era "Blues", aprendió varias canciones que tarareaba fregando. Por casualidad, un día que no se presentó la solista cantó ella. El dueño del tugurio comprobó que haría más dinero teniendo a Bimba y no a la solista. Bimba era mucho más atractiva y por qué no reconocerlo, cantaba mejor.
La joven, gracias a la música, conseguía dejar atrás sus años negros en Marraket volviendo a dejar cabida a los sueños.
Ahorraba lo poco que ganaba con una única idea en mente.
Por fin se presentó la oportunidad de conseguir un sitio en una patera. Navegaron "los buscadores de sueños" en medio de la oscuridad persiguiendo una luz, su luz.

La barcaza les dejó con prisa en una cala solitaria de Málaga. Deberían correr y desaparecer nada más llegar. Casi todos fueron a parar a una iglesia donde sabían que habían ayudado a otros.
Bimba empleó el dinero que le quedaba en legalizar sus papeles. Le consiguieron un trabajo de sirvienta y por la noche cantaba en cualquier bar.
Y así pasaban los años, pese a la soledad y rechazo de casi todos, comenzó a abrir los brazos, a sonreír, a ser feliz. Enseguida se había defendido con el idioma, hasta incluso había aprendido a leer.

Leía poesía que le ayudaba a soñar, a disfrutar de las pequeñas cosas... y a enamorarse.
Un cantaor de flamenco le había arrebatado el corazón, mas desapareció cuando se enteró de que Bimba estaba embarazada.
La mujer no le culpó por ello, ese hijo era lo que más deseaba en el mundo y lo demás era secundario. Su hijo nacería dentro de su sueño, con un futuro por delante, y con el amor y esfuerzo de su madre llegaría a ser un ciudadano más.

Han pasado 25 años. Bimba está en el hospital, creíamos que se moría pero gracias a su fortaleza vivirá".
 
Esta es la historia de mamá Bimba, mi madre. Me llamo Dolores y soy española.

viernes, 5 de junio de 2015

Nunca morirá


Apilaba unos cuantos libros, me descalzaba y subía al pequeño pedestal para alcanzar mi tesoro. Aquellos discos se habían quedado viejos, pero no para mí.
Los sacaba de su funda, soplaba sobre ellos y los colocaba en el olvidado tocadiscos. Me sentaba en el suelo y volaba con Lennon, Simón and Garfunkel... pero había un disco, una canción de un tal BJ Thomas, que se había convertido en algo especial, tal vez porque tenías subrayado su titulo: 'Hooked on a feeling'.

Primero la escuché con atención, y luego... esa atención se convirtió en pasión. O tal vez no fuera pasión, sólo algo que se movía muy dentro y me obligaba a cerrar los ojos intentando retener lo que aquella canción me hacía sentir.
Durante el verano del ochenta y cuatro descubriste mi secreto. Pero no te enfadaste, como yo temía, ni porque usara tu habitación para llevarlo acabo. Te sorprendiste, y me dejaste usar el tocadiscos y tu cuarto cuando quisiera. Y fue a partir de entonces que, escuchar música junto a ti se convirtió en un ritual sagrado. Y por primera vez sentí que conectaba con alguien, que teníamos un lenguaje común que solamente tú y yo comprendíamos, 'Hooked on a feeling'.

Hasta aquella tarde. Aquella tarde en la que todo cambió.

Recuerdo que hacía mucho calor. El visillo blanco de la ventana se columpiaba bajo el aire del ventilador. Yo giraba al compás de la 'Woman' de Lennon y cantaba... Du du du du.
Llevaba un vestido de tirantes que, en cada giro, su leve vuelo eclipsaba mi mirada. Dejaste sobre la cama el libro que estabas leyendo y te fuiste a duchar. Cuando saliste del baño ibas medio desnudo, como tantas otras veces, pero aquella vez sonaba '...feeling'. Y me miraste... me miraste de una forma muy extraña.
Te acercaste a mí y alargando tu mano me invitaste a bailar. Yo no sabía que hacer, pero la música me guió. Rodeé tu cuello y tú estrechaste mi cintura. Sentí tu cuerpo pegado al mío y me apreté a él emborrachándome con el suave aroma que desprendía tu piel.
Tus manos recorrían mi espalda traduciendo en caricias las notas de la canción. Noté como me desabrochabas el sujetador a la vez que empezabas a lamer mi cuello...

-¡Vete, Belén! - me gritaste de repente mientras te apartabas de mí con brusquedad- i Que te vallas hostia! ¿No me oyes? i Vete y no vuelvas más! ¡Me cago en la puta!

Salí de tu cuarto llorando, colocándome el vestido, y con un dolor en el bajo vientre,., y otro tatuado mucho más arriba. Volví... con miedo, a por mi sujetador, y vi que también llorabas... Salí corriendo sin él, sin nada. Abandonaste la casa de los abuelos al día siguiente.
..........

-Cariño, cinco minutos más y se acabó Operación Triunfo, mañana hay que madrugar.
-Pero mami...
-Ni peros ni porras, cinco minut...-le decía a mi hija cuando la canción, que había desterrado de mi vida aquel verano del ochenta y cuatro, me envenenó el alma de nuevo destapando sentimientos.
Fui a la cocina. Necesitaba agua, o simplemente huir de una canción. Mas desde allí también se oía 'Hooked on a feeling'.

-Es un clásico que nunca morirá –decían.

Nunca morirá... se me desgarraban las entrañas de placer y de dolor. Me apoyé en la encimera mordiéndome los labios y cerré tos ojos.

Hacía veinte años que no veía al tío David. Nos habíamos rehuido con absurda diplomacia, aunque mamá pensara por ello que su hermano pequeño era un inmaduro.
David...

¡No! Una canción no puede... no debe ablandar voluntades. Y no lo hará, ni destapará recuerdos prohibidos. Es sólo una canción. Pero entonces...
¿Por qué estoy llorando?

lunes, 1 de junio de 2015

La danza del vientre


Cuando era niña los relatos de la abuela dejaron una huella indeleble en su alma, relatos con los que aprendió amar Estambul. Sus callejuelas, zocos y mezquitas fueron el escenario de mil aventuras.
Aventuras en las que un apuesto y poderoso sultán la convertía en su princesa; historias, que la ayudaron a crear otro mundo, el mundo de sus sueños, donde se convertía en la más bella Sherezade que bailaba engalanada con una hermosa serpiente la danza del vientre...

Una mañana en la que distraídamente miraba los anuncios del periódico, los ojos de Calista quedaron hipnotizado:
"¿Desea aprender a bailar la danza del vientre?, llame al 57069. La danza oriental enriquecerá su vida sexual".
Tomó nota del número, ya no para enriquecer lo que era inexistente a sus treinta años, salvo aquel novio con el que supo perdió la virginidad sólo porque encontró sangre en su tanga después de un agudo dolor, sino para enriquecer su mundo de sueños.

La danza del vientre no es solo un movimiento de caderas -decía Yhasmina, la instructora, en su primera clase-, es el encuentro con vuestra feminidad.

Sólo había mujeres allí, aunque según dijo, también los hombres la bailaban. Después hizo una demostración. Con la diminuta cintura al descubierto, moviendo rítmicamente el vientre, las manos, el cuello... Calista quedó extasiada.
En la segunda clase todas fueron con pantalón de cintura baja. De algunas compañeras, junto con su cintura, quedaban al aire algunos kilos de más pero eso no importaba, sólo el movimiento. Empezó la música. Muchas risas la siguieron, aquello no era tan fácil. Yhasmina les pedía que bascularan su pelvis, que se acordaran de cuando hacían el amor.

Las carcajadas aumentaban pero alguna lo empezaba a conseguir. Para Calista era un imposible. Sus caderas estaban rígidas. Cerró los ojos e intento imaginarse sola, pero nada, sólo movía sus caderas de lado a lado. Se acordó de sus sueños:

¡la serpiente!, mas, lo único que consiguió fue un aumento de carcajadas, dos palmaditas en el hombro y la voz de Yhasmina que le preguntaba : -¿qué haces?

La noche siguiente había luna llena. Siguiendo los consejos de Yhasmina buscó un lugar solitario donde fusionar su cuerpo y alma; llevaba consigo un casstte con música instrumental de la danza del vientre. Aunque casi estaban en otoño Calista se dirigió al río, sabía que el agua facilitaba los movimientos y conocía un lugar como salido de sus sueños: un recodo cerca de una pequeña corriente donde el agua era tan nítida como un espejo.
Puso la música. Se quitó la ropa, las gafas, soltó su pelo y hechizada por una pálida desnudez que apenas conocía, se adentró en el río.
El agua le cubría poco más de la cadera y sin saber cómo, la música se fue apoderando de su cuerpo, empezó a moverse rítmica y cadenciosamente. El agua helada le acariciaba entre las piernas; alzó los brazos e irguió sus pechos, juntó las muñecas y acariciando un rayo de luna, empezó a girar. Su respiración se agitaba... 

Alberto había acudido, como siempre a finales de verano, a coger cangrejos. La música le había paralizado y el baile de la inusitada diosa abultado el pantalón. Calista, sin gafas, vio en una sombra a su sultán,  paladeando el onanismo mutuo más generoso.