Hacía frío. Sentía congelada su alma mientras
llenaba aquella triste maleta con diminutos jirones de su ser, poca ropa y
demasiados sueños rotos. Era lo mejor. De alguna forma era lo mejor, se repetía
sin cesar. ¡Pero eran tantos, tantos los recuerdos de los momentos felices
vividos, había sido tan puro y noble su amor! Lo llenaba todo y poco a poco o
fue de repente.. veía como aquel hombre se iba convirtiendo en un extraño, y a
pesar de todo le seguía queriendo, y a pesar de todo... ¡No podía más! Temía que
le fallaran las fuerzas... ¡dolía tanto! Secándose las lágrimas, Laura, cerró
la maleta, salió de casa y se dirigió a la estación de Atocha.
Una mujer perdida ocupó un asiento en el tren de
las 17.45 Madrid-Salamanca.
Si los recuerdos no quemaran, si no la hubieran
conducido a las más míseras tinieblas, quizá podría haber pensado que no todos
los días le ofrecen a una un cargo de responsabilidad en una revista tan
prestigiosa como ‘suya’. Pero no podía darse cuenta de nada.
El tren se puso en marcha. Su mirada se iba
deslizando sobre un paisaje que no veía y su corazón solo gritaba: Daniel...
Daniel... Daniel...
Fue un poco antes de Navidad cuando en una noche
negra, después de una absurda discusión, él acabo perdiendo los nervios y
estampó un violento puñetazo sobre el rostro de su mujer. Laura petrificada
mientras veía correr la sangre que emanaba de su nariz, se encerró en el cuarto
de baño. Daniel espantado de sí mismo salió de casa. Aquella noche volvió de
madrugada. Antes de irse a trabajar Laura creyó observarle mirando preocupado
su herida en la cara, también le pareció recibir un beso en la frente, pero
cuando despertó y se vio sola supo que lo había soñado. Aquella mañana mientras
se pintaba más de lo normal intentando que no se notase nada sobre su pálida
piel, recordaba los primeros años de casada.
.... La infantil efusión con que daba y recibía
Amor, caricias, cariños. Como dejaba mecer su espíritu en la más preciosa cuna
de ilusiones sin faltarle nunca esa chispa de fuego en sus ojos. Y Daniel,
diligente, caballero, amantísimo de su mujer, viviendo para ella; pintando
proyectos, sueños de mil colores y sacando a flote una pequeña empresa. Pasaban
los años y crecía la empresa, crecía él y crecía su matrimonio. Se encontraba
en el cenit de su carrera. Y sin saber cuando todo empezó a ir mal...
Paso el día sola. Se acostó temprano refugiándose
en la lectura. Sintió a su marido llegar a casa, prepararse la cena y evitar
entrar en el dormitorio ¿sentía remordimientos? No, él no sabía qué era eso.
Esa noche tampoco durmió con ella. Por la mañana Laura encontró una rosa en la
almohada.
Y así
transcurrían los días, unos daban paso a otros. Las rosas sobre la almohada se
multiplicaban, pero era, como si a esas flores les faltara el color, la vida.
En Navidad, delante de la familia, Laura y Daniel volvieron a ser el matrimonio
perfecto. Pero algo se rompía cada vez más. Dicen que la convivencia es la
tumba del Amor, pensaba ella viendo cada vez más lejos aquel paraíso de Dante,
esa sublime expresión del ideal, ese cielo siempre azul.

Tres meses después viajaba a Salamanca gracias a la
oferta recibida.
Mirando distraídamente por la ventana de su oficina
mientras saboreaba un solitario café, su pensamiento volaba hacia él, “¿Por qué
no llama? ¿Por qué no escribe? ¿Se ha olvidado ya de mí?”
No, no era fácil ser un solo corazón.
Había decidido ser avara con sus sentimientos,
empequeñecer su corazón pensando solo en ella, después en ella y luego en ella,
¡cúmplelo! –se dijo.
El teléfono sonó.
-Laura tráeme el nuevo catálogo.
Al llegar con los vistosos papeles al despacho del
gerente, la secretaría le informó que tendría que esperar un par de minutos.
-Está hablando con el jefe- dijo señalando hacia la
puerta del despacho.
Mientras las dos mujeres seguían hablando, dentro
de la oficina la gerente se despedía de su interlocutor:
-Sí, no te preocupes, te mantendré informado de
todo, descuida, confía en mí, nunca lo sabrá Daniel.
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